Los Trovadores
(de 'trovar' encontrar, crear una melodía.)
En la Edad Media, los trovadores eran cantores que, a diferencia de los
juglares, sí escribían sus propias canciones. Gozaron de mucho prestigio sobre todo durante el siglo XII y fueron personas instruidas, que conocían las ciencias y dominaban el latín, aunque escribieran su poesía en la lengua vernácula de cada país o región. Incluso existían en la época tratados sobre el arte de trovar.
Aparecen en el suroeste de Francia, en la Provenza, hacia el siglo XII. El más antiguo conocido fue Guillermo IX de Poitiers o de Aquitania, que escribió en provenzal, pero hubo otros muchos trovadores y de mucho nombre: el papa Clemente IV, Ricardo Corazón de León. En Cataluña, Gerau de Cabrera, vizconde de Gerona y Giraut Riquier. Otros trovadores menos afortunados eran protegidos por las esposas de hombres poderosos, a las que dedicaban sus cantos de amor platónico, como Marcabrú, que antes había sido
juglar. También hubo alguna mujer trovadora, la Condesa de Día. Un trovador francés, Adam de la Halle, compuso hacia el 1220 el 'Jeu de Robin et Marion', una pastorela escenificada a base de canciones, coros y danzas.
Los temas de su poesía eran variados, pero muchas veces se centraban en el amor cortesano o el amor sublimado a una dama o a la Virgen María. Las formas más utlizadas fueron el rondó, el virelai y la balada.
El arte trovadoresco se extendió por Cataluña, el norte de Italia y luego llegó a toda Europa. En el norte de Francia, en la región de lenguas de oïl, y en Inglaterra aparecieron los trouvères o troveros, en Alemania los Minnesänger y en el occidente de la Península Ibérica las cantigas galaico-portuguesas.
El la corte de Toledo,
Alfonso X el Sabio, alentaba a los troveros a escribir sobre la Virgen María. Él mismo escribió algunas de las cuatrocientas 'Cantigas de Santa María' a mediados del siglo XIII, que se conservan en cuatro códices. Los códices eran libros que recopilaban partituras, escritos y miniaturas sobre páginas de pergamino.
